Después de un tiempo de incertidumbre, las exportaciones de diamantes en bruto de las minas de Alrosa —la empresa estatal de Rusia— se han reanudado hacia la India según confirma el periódico local The Sunday Guardian. Las compras se pagaron en euros a través de bancos alemanes para eludir las sanciones aplicadas a Moscú, puntualiza el rotativo.
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El medio indio indica que las compras a Rusia se ‘congelaron’ unos días tras la prohibición de Estados Unidos a comprar diamantes procedentes de Rusia, pero se reanudaron tras conocerse que esa medida sólo afectaría a las compras directas de diamantes en bruto. Si se hacen a terceros países, que además manufacturan el diamante (cortan y pulen) como es el caso de India, no aplica la prohibición.
¿Conflicto o no conflicto?, esa es la cuestión
Al mismo tiempo desde el país salen al paso a las críticas de diferentes organizaciones no gubernamentales, como es el caso de la Sociedad Civil del Proceso de Kimberley, o la más reciente de Cristina Villegas, responsable del programa Mines to Market Pact. Esta aseguraba la semana pasada que “son diamantes del sangre pues están financiando un conflicto armado contra un vecino pacífico, por parte de un actor estatal”.
La definición no es estrictamente esa aunque el trasfondo sea básicamente el mismo pero otros no lo ven así desde la industria. Esa es una de las principales controversias. La definición ortodoxa de ‘diamantes de conflicto’ expresa que estos lo son cuando sirven para “financiar a grupos armados que intenten derrocar a un gobierno democráticamente elegido”.
Se trata de una definición creada ex profeso para el conflicto en Sierra Leona de finales de los 90 que se popularizó con la película ‘Diamantes de Sangre’ y que dio pie a la creación del Proceso de Kimberley en el año 2000, en el seno de las Naciones Unidas.
«Los juegos de intereses geo-económicos han hecho correr un tupido velo teniendo en cuenta la necesidad de los diamantes rusos para el mercado final y la industria mundial»
Y aunque desde la propia industria ya se ha dado desde hace años por superada esa definición y se ha pedido que se amplíe a otra más ambiciosa que incluya a las zonas productoras en las que se vulneran Derechos Humanos como los abusos laborales o el trabajo infantil, no ha fructificado.
Y es que el Proceso Kimberley es precisamente como la ONU del diamante. Está conformado por 82 países o entidades (como la Unión Europea); la industria, a través del Consejo Mundial del Diamante y las ONG que trabajan sobre el terreno en África. Pero la falta de acuerdo y la posibilidad de veto de los países han hecho que se petrifique cualquier decisión de calado para dar un paso adelante.
A eso se suma que, desde el Proceso de Kimberley, al igual que ha ocurrido con el Consejo de Joyería Responsable, la condena ha sido tibia o inexistente respecto a la invasión rusa de Ucrania. Los juegos de interés geo-económicos han hecho correr un tupido velo teniendo en cuenta la necesidad de los diamantes rusos para el mercado final y la industria mundial. Cientos de miles de puestos de trabajo dependen de ello.
El temor al despertar de China
En este contexto la administración India ha dado por bueno el respaldo implícito a su papel como intermediario global y respalda la actividad sin restricciones. Tal y como indica el medio local citado, “los expertos dicen que es poco probable que el presidente [de EE.UU.] Joe Biden enfade al socio más importante de Washington en el Indo-Pacífico al instituir sanciones”.
Y además arremeten contra las ONG que apuestan por la ‘mano dura’: “Las ONG que piden tales sanciones guardan silencio ante la perspectiva de que el comercio de diamantes se traslade de India a China como consecuencia de su defensa”.
Es exactamente el mismo argumento que se esgrimía justo al inicio del conflicto desde el Centro del Diamante de Amberes para eludir las críticas tras seguir comprando diamantes rusos: “Si no lo hacemos nosotros, lo harán India o Dubai”, escribían.