Uno de los usos que se dio a las gemas en la Antigüedad está relacionado con el arte de la escultura y, en cierta forma, iba dirigido a intentar dar vida a sus creaciones. En el caso de Grecia, aunque muchas de las estatuas los han perdido, sabemos que los griegos intentaban, a través de los ojos, mostrar el alma de los personajes retratados.
Según explica el historiador y filósofo Jenofonte, Sócrates reprochaba a los artistas que no intentaran representar el alma de sus modelos y, por este motivo, en una conversación con el pintor Parrasio, le había sugerido que se encarnaran los estados del alma, como el amor o el odio, a través de la mirada. El mismo autor cuenta también que, en otra ocasión, el filósofo había acudido al taller del escultor Clitón y le había propuesto que expresara con la figura las actividades del alma.
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Así pues, Sócrates insistía en el valor expresivo de los ojos y de la mirada, para intentar representar el alma de un modelo y esto podría relacionarse con la importancia que tomó este órgano en la escultura del siglo IV a.C. Artistas como Escopas, Lisipo o Praxíteles dieron, en efecto, un nuevo valor a la traducción plástica del ojo para expresar los movimientos anímicos.
“En los dos orbes colocó como ojos piedras preciosas,
berilo verde y amatista roja como la sangre;
y, con una mezcla centelleante de dos colores,
los ojos brillaban rojizos en sus órbitas de verdes piedras.”
(Trifiodoro: La toma de Ilión, 65-75)
La cultura griega era antropocéntrica y, por lo tanto, el arte de la Antigua Grecia estaba también centrado en la figura humana; el hombre era visto como la mayor de las maravillas y llegaron a crear incluso un canon – el canon de Policleto – que establecía las proporciones perfectas del cuerpo humano.
A lo largo de los siglos, el arte sufrirá una evolución pero, ya en la Época Clásica, la escultura griega era una mezcla de realismo e idealismo. Los griegos tenían un dicho, καλος καγαθος (kaloskagathos), “lo hermoso y lo bueno”, que aplicaron a aquellos cuya belleza exterior suponían que reflejaba la bondad moral de su mente y su espíritu.
Para los griegos, lo hermoso y lo bueno eran dos conceptos relacionados y esta creencia ayuda a explicar la estética del arte griego clásico. Más allá de los medios formales y técnicos para crear imágenes armoniosas y equilibradas, los griegos impartieron a sus obras de arte cierta grandeza de espíritu.
Es en esta búsqueda de realismo y en esta grandeza de espíritu deseada donde se enmarca la idea de Sócrates de que la escultura que tenía reflejar el estado del alma. Un estado del alma que podía verse, sobre todo, a través de la mirada.
Curiosamente, sin embargo, muchas de las esculturas griegas que han llegado hasta nosotros han perdido los ojos y en su lugar solamente quedan dos cuencas vacías. Existe un motivo para que esto sea así ya que, normalmente, los ojos se realizaban por separado y se engastaban después en las cuencas que habían sido previamente preparadas para ello. Habitualmente, los ojos se fabricaban utilizando hueso, cristal o vidrio.
Por este motivo, en algunas excavaciones se han encontrado ojos sueltos como los conservados en el Metropolitan Museum of Art o el del J. Paul Getty Museum de Malibú, cuyos materiales son el mármol, la obsidiana y el vidrio, y al que se le añadieron unas pestañas de cobre con resina natural y cera. Verlos en directo produce, realmente, una extraña impresión pues es tal su naturalismo que hacen que te preguntes hasta qué punto no te están observando.
Las mismas fuentes clásicas proporcionan información bastante concreta: Platón menciona que la estatua a Atenea del Partenón tenía los ojos de marfil y Plinio habla de la estatua de mármol de un león cuyos ojos tenían incrustadas esmeraldas.
Sin embargo, entre todas las estatuas que han llegado hasta nosotros y han conservado sus ojos quizás la más conocida sea el Auriga de Delfos, una escultura del 475 a.C. realizada en bronce para conmemorar la victoria del tirano Policelo de Gela en una carrera de cuadrigas de los Juegos Píticos, que se celebraban en honor de Apolo en Delfos.
Se trata de una escultura de bulto redondo, de 1’80 cm de altura, que formaba parte de un grupo monumental de los muchos que, en esa época, se dedicaban en el santuario del dios délfico. En este caso, los globos oculares están fabricados con esmalte y dos círculos de ónix de diferentes colores para el iris.
«Verlos en directo produce, realmente, una extraña impresión pues es tal su naturalismo que hacen que te preguntes hasta qué punto no te están observando»
La imagen, que fue descubierta en las excavaciones del santuario que tuvieron lugar en 1896 y hoy en día se encuentra en el Museo Arqueológico de Delfos, se puede enmarcar dentro del estilo severo, un estilo de transición entre el arcaísmo y el clasicismo.
Como curiosidad, señalar que, unos diez años después del descubrimiento del Auriga, el artista y diseñador español Mariano Fortuny y Madrazo creó un vestido de seda plisado al que bautizó Delphos en honor a la estatua y a la inspiración que le había proporcionado. Dicho vestido, de formas sencillas, se convertiría en una pieza de culto y en un emblema de la liberación femenina del antiguo corsé.
Finalmente, y volviendo a los ojos de las esculturas realizados con gemas, es importante remarcar que la realización de esta escultura naturalista y, concretamente, de este tipo de ojos, responde a una noción espiritual, independiente del tiempo y del país: la de establecer un vínculo con el ser representado, dios, mortal o animal, no sólo por su presencia, frente a frente, sino por su mirada y su energía.
Vemos, pues, que las gemas contribuyen a dar este toque realista, una profundidad en la mirada con la que se quiere representar el estado del alma. Ya lo dice el refranero popular, si quieres conocer el alma de una persona… mírala a los ojos.
Elena Almirall Arnal es doctora en Historia por la Universidad de Barcelona (UB), además de Gemóloga (UB) y Tasadora por AETA.
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