Por Elena Almirall Arnal | ¿Quién no recuerda los cuentos de hadas de su infancia? ¿Quién no se preguntó, alguna vez, si los duendes, los hechiceros o las ninfas existían más allá de las fábulas? La niñez es aquel lugar mágico donde todo es posible y al que siempre soñamos con regresar.
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Y, por eso, nos fascinó El Señor de los Anillos. Y, por eso, todos viajamos con Frodo Bolsón, nos enamoramos de Aragorn o de Galadriel, y quisimos tener al mago Gandalf como nuestro más íntimo amigo. El imaginario de los relatos fantásticos puebla nuestros sueños pero también nuestras realidades.
Pensamos en un mago e, inmediatamente, visualizamos a Merlín, con su larga barba blanca y su alto sombrero puntiagudo. Sin embargo, ¿cuál es el origen de esta imagen?, ¿por qué se suele representar al hechicero con un sombrero?
«Casi todos los investigadores están de acuerdo en que tenían una función ritual o simbólica«
Similar a la corona, en la antigüedad, el sombrero tenía un simbolismo relacionado con la superioridad, la autoridad y el poder, siendo además el instrumento receptor de la influencia celeste.
Y es posible que justamente fuera ese el origen de los cuatro conos conocidos como los Sombreros dorados de la Edad del Bronce y encontrados en varios puntos de Europa.
En 1835, se descubrió, cerca de la localidad alemana de Schifferstadt, el primero de estos objetos: un cono de oro, con un diámetro y una forma apropiados para una cabeza humana, dividido en diferentes bandas ornamentales horizontales y trabajado con la técnica del repujado.
Es el más corto de los cuatro y tiene un ensanchamiento y un ala en la parte inferior. El segundo apareció en 1844 en Avanton (Francia) y su decoración cuenta con el mismo patrón —bandas de motivos geométricos, principalmente discos y círculos concéntricos que parecen seguir secuencias sistemáticas—, aunque le falta la parte inferior. Un siglo después, en 1953, se descubrió el de Ezelsdorf-Buch, que también había perdido el ala.
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El último, el más alto de los cuatro (van de 33 a 90 centímetros), fue adquirido por el Museo de Prehistoria e Historia Antigua de Berlín en 1996, pero se desconocen tanto la fecha como el lugar de su descubrimiento, aunque se cree que pudo ser realizado en la región de Suabia.
«Sombreros puntiagudos, oro, petroglifos, cuencos y tesoros: si estos no son los ingredientes para escribir una buena novela de aventuras, ciencia y misterio, que baje Tolkien y lo vea»
Todos ellos se atribuyen a la Cultura de los Campos de Urnas, caracterizada por un rito funerario basado en la incineración del cadáver y la colocación de sus cenizas en urnas de cerámica (de ahí su nombre), que se difundió por Europa a finales de la Edad del Bronce. Han sido datados entre el 1.400 y el 800 a.C. pero, lamentablemente, ninguno de ellos procede de una excavación arqueológica, por lo que se desconoce su contexto original.
Respecto a su interpretación, se han barajado diferentes hipótesis: durante algún tiempo, se pensó que podían estar relacionados con la fertilidad, debido a su forma fálica. También fueron vistos como objetos ceremoniales, o como parte de una armadura.
Hoy en día casi todos los investigadores están de acuerdo en que tenían una función ritual o simbólica, pues los estudios realizados sobre su ornamentación sugieren que las diferentes bandas son secuencias regulares que, muy probablemente, representaban un calendario lunar y solar, utilizado para predecir el tiempo.
En este caso, su portador sería probablemente un rey o sacerdote, considerado prácticamente un ser mágico por su poder para prever el futuro.
En apoyo de esta teoría estarían los notables Petroglifos del Túmulo de Kivic (Suecia), una imponente tumba también de la Edad del Bronce, datada hacia el 1.400 a.C.
Se trata de un doble enterramiento -la Tumba del Rey y la Tumba del Príncipe-, en cuyas paredes aparecen representadas diferentes personas, animales y objetos. Uno de los objetos, asociado a otros símbolos del poder real, parece ser un sombrero cónico y puntiagudo, similar a los encontrados en Centroeuropa.
Finalmente, y aunque no se trata de un cono puntiagudo como estos cuatro ejemplares, es interesante señalar que, en la Península Ibérica, tenemos el famoso Casco de Leiro, que algunos investigadores han relacionado con los renombrados sombreros de oro (a pesar de que es mucho más pequeño, pues tiene solo 15 centímetros de altura).
Descubierto por el pescador José María Vicente Somoza en la playa de O Rial (Leiro, La Coruña) en 1976, el casco se ha datado en la Edad del Bronce, concretamente, entre el año 1.000 y el 800 a.C.
Está hecho de una sola pieza, decorado con bandas horizontales de líneas y círculos concéntricos realizados con la técnica del repujado y, en la parte superior, tiene un apéndice cónico que ha hecho que algunos investigadores lo interpretaran como la representación de un pecho de la diosa madre.
Sin embargo, otras teorías defienden la idea de que sería un casco decorativo, utilizado para ceremonias, o incluso que pudiera ser un cuenco ritual, relacionado con otros encontrados también en España como los Cuencos de Axtroki (hallados en Guipúzcoa) o los del Tesoro de Villena (Alicante), siendo este último la segunda vajilla áurea más importante de Europa (solo superada por la de Micenas, en Grecia)
Sombreros puntiagudos, oro, petroglifos, cuencos y tesoros: si estos no son los ingredientes para escribir una buena novela de aventuras, ciencia y misterio, que baje Tolkien y lo vea.
Elena Almirall Arnal es doctora en Historia por la Universidad de Barcelona, además de Gemóloga y Tasadora.
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