A veces la costumbre de ‘copiar y pegar’ comunicados de prensa enviados por empresas o instituciones, juega malas pasadas a la prensa generalista pues con un breve análisis se pone de manifiesto el escaso interés en profundizar en cuestiones complejas.
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Así ha ocurrido esta semana pasada con una noticia que se difundía a través de medios locales extremeños pero también en agencias de comunicación como EFE, o medios nacionales como ElDiario.es. Y es la colocación de la ‘primera piedra’ de la planta para la producción de diamantes sintéticos impulsada por la firma norteamericana Diamond Foundry que acaba de colocarse en la localidad pacense de Trujillo.
Además de que siempre es positivo recabar la inversión extranjera en áreas tecnológicas como en este caso es la creación de diamantes en laboratorio, el interés mediático viene por la participación en esta empresa estadounidense, del conocido actor Leonardo Di Caprio.
Un ‘caramelo’ comunicativo difícil de desaprovechar aunque ni siquiera estuviese presente el pasado viernes en Trujillo, en un acto que reunió a la ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez, acompañada del presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, y el alcalde de Trujillo, José Antonio Redondo además del director general de Diamond Foundry, Martin Roscheisen.
Una gran noticia, sin duda. Junto a la inversión de 670 millones de euros (a los que la Junta extremeña añade 81 y el ministerio, a través de los fondos europeos, otros 120 millones), la planta de 84.000 metros cuadrados generará más de 1.300 puestos de trabajos directos e indirectos, y se convertirá en el principal país productor europeo de diamantes lab grown (Diamantes de laboratorio), tanto para uso industrial como de calidad gema, destinados a joyería.
El tropiezo está en el lenguaje empleado en comunicarlo:
Y es que lo que nos ha llamado la atención es la terminología empleada en el artículo:
Como todos los profesionales conocen, el ‘cultivo’ de diamantes no sólo es incorrecto y va en contra de la terminología aceptada internacionalmente, sino que este término sólo se aplica a organismos vivos, con capacidad de crecimiento. En nuestro sector sólo puede aplicarse a las perlas.
Aquí la cuestión es un poco más espinosa pues de un plumazo se enturbia la imagen de toda la industria del diamante natural procedente de la minería. Es evidente que existen lagunas y que iniciativas como el Proceso Kimberley, creado justamente por los conflictos en África de finales de los años 90 del siglo pasado, e impulsada precisamente tras la conmoción social al aparecer la película ‘Diamantes de Sangre’ no son suficientes a día de hoy.
Pero ni todos los diamantes naturales en la actualidad proceden de África, ni todos los países africanos operan bajo esas condiciones. De hecho, la industria del diamante ha supuesto importantes avances en países como Botswana, Namibia, Sudáfrica o Angola, entre otros, que no cuentan con conflictos abiertos.
De hecho, el debate sobre los ‘diamantes de sangre’ está actualmente más centrado en Rusia, tras la invasión de Ucrania, que en otros países conflictivos como Sierra Leona o República Centroafricana.