Por Manuel Llopis | Una familia nos trae las joyas heredadas de sus padres para valorarlas y poder hacer un reparto equitativo entre ellos. Algunas de las joyas no las quieren como tal y prefieren fundirlas y, después de su afinaje, convertirlas en pequeños lingotes de 50 gramos de oro fino de 24 kilates, repartírselos y guardarlos. Este trabajo es un servicio habitual más que damos a nuestros clientes.
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Nos ponemos en contacto con la empresa de afinaje de metales, nos dan presupuesto y una vez todos sabedores y admitiendo el presupuesto, hago la entrega de las piezas para su fundición y posterior afinaje. Cuando la empresa se pone manos a la obra, advierte algunos detalles anormales por lo que se pone en contacto conmigo para comunicármelo.
Uno de ellos es una esclava de tubo redondo, articulada, con charnela y cierre de cajón con lengua camuflado, que tiene un peso excesivo para lo que suele ser normal (58 gramos, cuando lo habitual suelen ser entre 15 y 20 gramos). También tiene aspecto al tacto de ser maciza, cosa que tampoco es habitual.

También hay dos cruces supuestamente huecas, pero al tacto y por el sonido del golpe al dejarlas caer en una mesa las hace parecer macizas. Cuando visito el taller de afinaje, delante de mi, seccionan las tres piezas.

Mi asombro viene después cuando veo que la esclava tiene un núcleo o “alma”, que llaman los joyeros, de cobre y las dos cruces están rellenas de yeso. Sencillamente ¡alucinante!.
Esto provoca indignación en los clientes, merma la credibilidad y confianza en el sector. Piezas que se han vendido con un precio relacionado con su peso, pero de cobre y de yeso, es decir cobre y yeso a precio de oro.
Manuel Llopis López es director del Laboratorio Gemológico MLLOPIS.
