Por Elena Almirall Arnal | El 6 de enero de 1822 nació, en la ciudad alemana de Neubukow, el excéntrico millonario Heinrich Schliemann, uno de los personajes más controvertidos de la historia de la Arqueología. Aunque su familia era muy humilde y de niño prácticamente no pudo asistir a la escuela, Schliemann fue un hombre hecho a sí mismo que consiguió amasar una gran fortuna.
Empezó trabajando en una tienda como aprendiz, pero pronto fue escalando posiciones hasta acabar en una oficina comercial, donde comenzaría a cimentarse su riqueza. Mientras tanto, el futuro arqueólogo dedicaba todo su tiempo libre y gran parte de su sueldo a estudiar idiomas, llegando a aprender con fluidez ocho lenguas, entre ellas el ruso, lo que facilitó que fuera enviado a San Petersburgo y a Moscú como representante.
PUBLICIDAD
En Rusia, Heinrich se casó con una aristócrata llamada Ekaterina Petrovna Lishin y tuvo tres hijos, pero el matrimonio duró poco tiempo y se acabaron divorciando. Siguió viajando por negocios e incrementando su fortuna, que se multiplicó cuando trabajó como contratista militar durante la Guerra de Crimea, hasta que, cumplidos los 36 años, consideró que era ya lo suficientemente rico como para jubilarse y decidió que podía dedicarse a su gran pasión: la Arqueología.
«Con la Ilíada bajo el brazo, decidió partir a la búsqueda de la antigua ciudadela descrita por Homero»
Su padre, un cura protestante apasionado por la historia antigua, le había inculcado el amor por los clásicos y, desde niño, Schliemann había sentido verdadero entusiasmo por la Guerra de Troya y los poemas homéricos. Así pues, con la Ilíada bajo el brazo, decidió partir a la búsqueda de la antigua ciudadela descrita por Homero y consagrar a esta tarea todo su tiempo y recursos.
Una vez en Turquía -entonces Imperio Otomano-, conoció a Frank Calvert, un funcionario inglés y arqueólogo aficionado cuya familia era propietaria de parte de la colina de Hisarlik, donde sospechaba que podía haberse hallado la antigua Troya.
Tras conseguir los permisos para excavar, en 1870, Schliemann inició la exploración de la zona y, tres años después, realizó uno de los descubrimientos más importantes de la época: el llamado “Tesoro de Príamo”, una colección de objetos y joyas de bronce, cobre y oro que el arqueólogo adjudicó al legendario rey troyano mencionado en la Ilíada.
Las circunstancias del descubrimiento de este tesoro y la poca formación arqueológica de Schliemann llevaron a muchos eruditos a dudar de la autenticidad del tesoro. Posteriores análisis estratigráficos de la ciudadela señalaron, además, que la datación de los objetos no coincide con la supuesta época que describe la epopeya.
Sea como sea, el arqueólogo amateur se llevó los objetos a Grecia -donde su nueva esposa, la griega Sophia Engastromenos, se fotografió engalanada con todas las joyas- y acabó siendo demandado por el gobierno otomano por contrabando, viéndose obligado a pagar una indemnización. La mayoría de las piezas del tesoro, tras muchas desventuras, se encuentran hoy en día en el Museo Pushkin de Moscú.
El siguiente destino de Heinrich fue Micenas, en la península del Peloponeso, donde comenzó a excavar en 1876, guiándose por la obra de Pausaninas Descripción de Grecia y en busca de los restos del mítico rey Agamenón, uno de los líderes griegos de la Guerra de Troya, hermano de Menelao y cuñado de la famosa Helena.
Allí hizo un descubrimiento todavía más importante, pues sacó a la luz seis tumbas -en la zona que después ha sido denominada Círculo funerario A- que contenían diecinueve cuerpos enterrados con lujosos ajuares. Entre todas ellas, destacaba la tumba número V por llevar una máscara de oro cubriendo su rostro, lo que hizo que Schliemann creyera haber encontrado el enterramiento de Agamenón.
La máscara, que fue realizada a partir de una sola hoja de oro, con la técnica del martillado y con los detalles grabados después con una herramienta afilada, se convirtió en uno de los hallazgos más importantes y famosos de la arqueología de la Grecia antigua.
Hoy en día, aunque estudios arqueológicos modernos sugieren que dicho objeto está datado entre 1550 y 1500 a. C., lo que lo situaría en unos 300 años antes de la supuesta vida de Agamenón, ha seguido conservando el nombre del monarca de Micenas que Schliemann le asignó en su día.
Y así, el rostro dorado de un anónimo guerrero micénico, que fue enterrado con un rico ajuar de joyas, espadas, ámbar del Báltico, copas, etc., pasó a la Historia como la máscara mortuoria de uno de los héroes aqueos que luchó en la Guerra de Troya: Agamenón. Qué cosas tiene el destino…