Mejor joyas que pájaros (en la cabeza)

Tres mil años de adornos y joyas para la cabeza comprimidos en este completo artículo de nuestra experta en Historia del Arte y la Joyería, Elena Almirall Arnal
viernes, 4 de noviembre de 2022 Actualizado a las 16:11

Por Elena Almirall Arnal l En 1970, el joyero inglés Laurence Graff, fundador de la renombrada firma Graff Diamonds, sorprendió al mundo con una fotografía titulada Hair&Jewel, que fue conocida popularmente como el ‘look del millón de dólares’. En ella, se podía ver a una modelo con un espectacular peinado repleto de joyas por ese valor.

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Años después, en 2013, para celebrar los 60 años de la empresa, el joyero quiso reinterpretar esa icónica imagen pero, en esta ocasión, con un presupuesto “un poquito” más elevado. Así nació el ‘look de los 500 millones de dólares’.

Sin embargo, aunque lo de Graff fue sensacional, las joyas para la cabeza vienen de mucho más lejos. Sede de la inteligencia para algunas culturas y lugar donde residen las fuerzas espirituales para otras, la cabeza suele ser la parte del cuerpo donde miramos para tratar de descubrir el carácter de una persona: su autoridad, su virtud, su belleza, etc., no en vano, reyes, cardenales y otras dignidades llevan ahí sus coronas, diademas o tiaras, uno de los principales atributos de su poder.

«La cabeza suele ser la parte del cuerpo donde miramos para tratar de descubrir el carácter de una persona: su autoridad, su virtud, su belleza…»

La reina, recientemente fallecida, Isabel II de Inglaterra explicaba cómo debía llevarse la corona: la columna tiene que estar recta, las orejas alineadas con los hombros, los ojos deben mirar al frente y la barbilla estar hacia dentro. Estos son los ajustes mecánicos necesarios para acomodar su peso, mantener su equilibrio y asumir el papel real que conlleva.

Con casi 3.000 diamantes, el rubí del Príncipe Negro (en realidad, una espinela), el zafiro de San Eduardo, el diamante Cullinan II, y otras gemas como esmeraldas, rubíes y perlas, la Corona Imperial o Corona de San Eduardo, es la joya más importante de la familia real británica y el símbolo reconocible de la monarquía inglesa.

Coronas y diademas son atributos de la realeza, cuya trascendencia se remonta a la Antigüedad. La mitología griega narra la historia de Ariadna, que recibió del dios Dioniso una diadema de “oro brillante y piedras de la India” (es de suponer que fueran diamantes), que representaba su admisión en el exclusivo círculo de las divinidades. Diadema que, más tarde, pasaría a convertirse en una constelación: la Corona Boreal.

Según el mitólogo Juan Eduardo Cirlot la corona es un símbolo de la luz y de la iluminación recibida, pues está relacionada también con la aureola y con los cuernos que, antiguamente, representaban rayos de luz (recordemos la famosa escultura del Moisés de Miguel Ángel o las efigies de Alejandro Magno como Zeus-Amón).

Y no solo eso, sino que también estaría simbolizando la autoridad y la fuerza. La cabeza es la parte superior del cuerpo humano y es ahí donde se recibe el don que viene de lo alto, por lo tanto, simboliza dignidad, poder y realeza, así como el acceso a un rango y a unas fuerzas superiores.

Esta significación dual se puede ver claramente en los mosaicos bizantinos de los emperadores Justiniano I y Teodora en la iglesia de San Vital de Rávena, cuyas cabezas coronadas, están también decoradas con la aureola de la santidad.

Tan impresionantes son estos retratos que la famosa bailarina rusa Anna Pavlova llevó un tocado inspirado en el de la emperatriz, cuando, en 1910, protagonizó el ballet La hija del faraón con música de Cesare Pugni.

Tampoco es casualidad que los grandes jefes de las tribus nativas americanas colocaran las plumas -que interpretaban como un regalo de los dioses caído del cielo y significaban honor, fuerza, sabiduría y poder– adornando su cabello. En los ornamentos para la cabeza, a menudo, aparecen representados plantas y animales, sugiriendo que la misma naturaleza confiere al portador sus cualidades más destacadas. Crestas y cuernos expresan liderazgo y son símbolos persuasivos de superioridad en la caza o en la guerra.

Un ejemplo sería el Copilli de Moctezuma II, una corona de oro con plumas de quetzal que, uniendo lo terrestre con lo celeste, simboliza el origen real. El mítico copilli, hoy en día en el Museo Etnológico de Viena, fue uno de los regalos que el gobernante Moctezuma II le dio a Hernán Cortés, en el siglo XVI.

También tenía este significado el sarpech, un accesorio para turbantes utilizado por los maharajás de la India y que era uno de sus ornamentos más característicos.

Los emperadores mogoles y los gobernantes indios posteriores usaban turbantes como símbolo de su rango y estos se adornaban con broches enjoyados, engarzados con grandes diamantes -destaca el Ojo de Tigre del Maharajah de Nawanagar-, rubíes, esmeraldas y otras piedras preciosas, algunos de ellos firmados por conocidas casas de joyería como Cartier.

Probablemente, este tipo de ornamento se pudo originar a partir de los adornos de los turbantes iraníes o de los turcos otomanos, que eran llevados ya desde finales del siglo XIII. Estos tuvieron su influencia también en los aigrettes, airones o piochas, utilizados en las cortes europeas, tanto por hombres como por mujeres, y que consistían en tocados para el pelo hechos con plumas, perlas u otras gemas.

Finalmente, también entre las mujeres de las cortes europeas solía llevarse el tembleque o tembladera, un adorno que podía tener forma de flor, insecto o mariposa y cuya montura, hecha a partir de alambres de metal, temblaba cuando la pieza se movía. Todavía hoy, en Panamá, las mujeres utilizan un aderezo llamado tembleque, tal vez herencia de los europeos, para adornar su cabeza cuando visten la pollera, el vestido tradicional.

Es importante destacar, así mismo, la íntima relación existente entre los ornamentos de la cabeza y el cabello. En muchas culturas, la manipulación y la sujeción del pelo de la mujer tiene connotaciones de templanza y control de la sexualidad. Como señala Erika Bornay en su fantástico libro sobre la cabellera femenina, ésta simboliza la fuerza vital y la atracción sexual y, además, ha sido tradicionalmente agente fetichista e incitador en los mitos eróticos de la sociedad masculina.

Entre las geishas de Japón es fundamental la atención al peinado, a cuya elaboración dedican horas y que incluye el uso del kanzashi, elemento que indica su estatus. Los hay de diferentes formas y motivos, algunos que determinan los meses del año (hanakanzashi) e incluso otros que tintinean al moverse, suponiendo prácticamente un reclamo publicitario.

En la India las mujeres se decoran la trenza con un jadanagam (‘serpiente de pelo’). Utilizado por novias y bailarinas, suele estar decorado con la técnica kundan y, así, las gemas insertadas en el oro brillan con el movimiento de su portadora. En la tradición hindú, la trenza de una mujer estaba asociada con Triveni Sangam, la confluencia sagrada de tres ríos: el Ganges, el Yamuna y el mítico Saraswati.

Y, si de adornos para el pelo se trata, quizás uno de los más impresionantes fue el de la princesa egipcia Sithathoryunet (1887-1813 a.C.), cuya cabellera, decorada con cientos de anillos de oro, debía de crear un halo de incandescencia alrededor de su cabeza, dando la sensación de que portaba una corona solar.

En su tumba, excavada en 1914 por Flinders Petrie y Guy Brunton, se encontraron numerosas joyas y objetos de cosmética entre los que destacaban dos cajas que parecían haber contenido sus pelucas ceremoniales.

Debido al paso de los años las cajas de madera y el cabello se habían descompuesto por completo, pero se preservaron 1.251 anillos de oro en dos tamaños, que habían decorado una de las pelucas. Hoy en día, cuarenta siglos después, los anillos de la princesa han sido colocados sobre una peluca moderna y se exhiben en el Metropolitan Museum de Nueva York.

No sabemos si la princesa tendría pájaros en la cabeza, pero de que llevaba joyas no nos queda ninguna duda.

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