El año 2020 ha marcado un punto de inflexión y no solamente ha sido a causa del coronavirus. No hay que olvidar que el cierre de la mina australiana Argyle ha supuesto una pérdida de en torno a 10 millones de quilates anuales de diamantes en bruto y eso es mucho, si tenemos en cuenta que, según datos provisionales, el año pasado se cerró con una producción mundial en torno a los 110 millones de quilates.
En la última década el punto álgido lo marcó el año 2017 con una producción de 156 millones de quilates y desde entonces ha entrado en declive por diferentes razones.
Junto a las cuestiones productivas quizá la más importante es la forma en que el mercado está cambiando, sostiene Rapaport, y es que las empresas mineras han adoptado un nuevo mensaje para la industria, fomentando la eficiencia a lo largo de la cadena de distribución, “haciendo énfasis en la sostenibilidad, el abastecimiento responsable y la consolidación general en el mercado”.
Estos elementos darán como resultado una cadena de suministro más ajustada y aumentarán la competencia por los productos disponibles, lo que resaltará aún más la rareza de los diamantes naturales. “El crecimiento estará impulsado por los precios más que por el volumen” apunta el informe de Rapaport.